Mantener vivo a Mike: el rostro de la adicción en New Jersey es a veces joven, atractivo y atormentado

Por Spencer Kent | NJ Advance Media para NJ.com

Mike me mira con recelo, con un cigarrillo encendido en la mano.

Estoy bastante seguro de que está drogado. Sus párpados están pesados. A menudo habla con dificultad. Y admite, sentado en una mesa de picnic afuera de una pizzería de la Costa de Nueva Jersey, que es adicto a la heroína desde que tenía 15 años.

No está seguro de querer hablar conmigo.

“Nadie quiere que haga esto”, dice con una pequeña risa.

Mike, un seudónimo que NJ Advance Media utiliza para proteger su identidad, acaba de regresar de un lucrativo trabajo de pesca comercial a decenas de millas de la costa.

Pero ahora el veinteañero ha vuelto a tierra. Y los problemas siempre parecen encontrarlos aquí.

Como su ansiedad paralizante. Sus continuos problemas legales. Un familiar cercano también adicto a la heroína. La policía, que pareciera que lo detuviera hasta por la más pequeña de las infracciones de conducir a sabiendas que probablemente tiene alguna sustancia en su cuerpo. Y por supuesto, su propio ardiente anhelo de usarlas.

La mayor parte del tiempo Mike se adormece con heroína y se aísla en su casa en el sur de Nueva Jersey, afirma, esperando que suene el teléfono para el próximo trabajo en el océano. A un mundo de horizontes infinitos donde poder respirar.

Un mundo sin heroína.

“Estuve enamorado de esto hasta que cumplí probablemente los 19 años”, relata. “Y luego me di cuenta de que la odiaba y que estaba arruinando mi vida.

“Y arruinó mi vida prácticamente”.

A medida que la epidemia de opioides se acerca a su trigésimo año, Mike personifica la compleja realidad de la adicción en Nueva Jersey. El espectro de los adictos es amplio y desafía una categorización fácil. Mike es joven, guapo y funcional con un trabajo bien remunerado, pero se encuentra entre los 3 millones de estadounidenses que padecen un trastorno por consumo de opioides, según los Institutos Nacionales de Salud. Alrededor de 180.000 de ellos viven en Nueva Jersey.

Pero en otros aspectos, Mike es un ejemplo prototípico de adicción. Su camino estaba casi predeterminado, trazado desde una edad temprana: producto de una familia de clase trabajadora de una relación rota, un niño nervioso y sensible que comenzó con marihuana y pastillas y se graduó con heroína, siguiendo los pasos de un familiar adicto.

Mike también es pescador comercial y trabaja en una industria característica de Jersey que tiene tasas desproporcionadamente altas de adicción a opioides, al igual que los trabajadores de la atención médica, la construcción y la hostelería.

“Los trabajadores de la industria pesquera comercial corren un alto riesgo de sufrir trastornos por consumo de opioides como resultado de los peligros físicos y psicosociales que caracterizan la ocupación pesquera”, según un estudio de 2018 respaldado por los NIH.

Los pescadores comerciales tenían cuatro veces más probabilidades de morir a causa de los opioides que los no pescadores que vivían en la misma zona, según otro estudio publicado en el Journal of Environmental and Occupational Health Policy.

Mike, un joven de hombros anchos, apariencia juvenil y una cálida sonrisa, comenzó a consumir heroína para sofocar su angustia y la maldición de sentirse incómodo consigo mismo.

En un día normal, gasta entre 40 y 50 dólares en heroína, afirma.

Sabe que la próxima dosis podría ser la última. ¿Podría ser un trago cargado de fentanilo? ¿O podría contener xilazina, un potente y alarmante tranquilizante para caballos, también conocido como tranq, que se encuentra cada vez más en los suministros de heroína en todo el estado?

Incluso cuando la epidemia de opioides vuelve a desaparecer de las portadas, reemplazada por la guerra en Israel y Ucrania y el último tiroteo masivo, sus consecuencias siguen cobrando un escalofriante resultado en Nueva Jersey.

Mike ha perdido a cinco amigos a causa de la adicción. Ellos se encuentran entre los 27.424 personas en el estado que han muerto desde 2012.

“He perdido muchos amigos”, comenta, “pero (el año pasado) perdí a mi mejor amigo de la infancia”.

El sol del final de la tarde ardía mientras hablábamos. Mike osciló entre la paranoia y la cautela hasta dejar al descubierto su alma.

Lleva años intentando limpiarse, confiesa. Pero todos los intentos han fracasado. El dinero de la pesca ha sido suficiente para mantener su hábito, admite.

¿Pero por cuánto tiempo?

“Lo gasto más rápido de lo que tardo en recibirlo, eso es absolutamente seguro”

Los pescadores comerciales sufren tasas desproporcionadamente altas de adicción a los opioides. Mike es uno de ellos. Joanne Coughlin Walsh

Una vida torturada
Mike ha estado buscando algo toda su vida.

Está desesperado por calmar su mente ansiosa y su alma inquieta. Para sentirse cómodo con los demás. Para encontrar la paz.

Incluso cuando era niño, desconfiaba del mundo.

“Me gusta estar lejos”, dice. “No me gusta estar rodeado de gente”.

Se le escapó una pequeña risa. “No me gusta la gente”.

Sólo hablar pone a Mike con ansiedad. Pero los detalles emergen a borbotones, revelando un caldero hirviente de agitación interior.

“Creo que una parte de mí se automedicaba desde que era niño”, afirma.

Prefiere pescar en el Atlántico, me dice. Últimamente pasa tres cuartas partes de su tiempo en el océano.

Cuando regresa a tierra, suele estar solo o con su nueva novia, que intenta ayudarle a limpiarse.

El amor de Mike por el mar comenzó con su abuelo, un hombre que intentaba protegerlo de los problemas. Le enseñó a pescar.

“Si no fuera por él, probablemente no estaría vivo”, afirma.

Pero la ansiedad siempre estuvo ahí. Mike comenzó a experimentar con marihuana cuando tenía 10 u 11 años, relata. Luego vino Xanax. Luego encontró heroína a los 15 años.

Cuando todavía era un adolescente, Mike se clavó una aguja en el brazo por primera vez y encontró la serenidad que había estado buscando. Silenció la angustia y esas emociones caóticas que lo perseguían desde la infancia.

“Comenzó siendo divertido”, comenta, “pero también me adormecía los sentimientos y la incomodidad que tenía. Me siento cómodo cuando me drogo. Cuando estoy sobrio, no me siento cómodo. Me sentí como si fuera yo mismo cuando consumía”.

Creyó haber encontrado esa paz esquiva.

La realidad sólo la descubrió después de que quedó enganchado.

“He estado intentando (limpiarme) desde entonces”, asegura.

Mike empezó a consumir heroína a los 15 años. Pensó que había encontrado la paz. “He estado intentando (limpiarme) desde entonces”, dice. Joanne Coughlin Walsh

El santuario de Mike
Al principio, Mike no quería compartir su historia. Necesitaba tiempo para pensar después de que Elizabeth Burke Beaty, fundadora y directora ejecutiva de Sea Change, me lo presentara, una organización comunitaria sin fines de lucro para la recuperación de adictos con sede en el sur del condado de Ocean.

Cuando finalmente aceptó, parecía estar luchando contra sí mismo. ¿Comparto mi historia? ¿Huyo?

No se trataba solo de su ansiedad. La pesca y el océano siempre han sido su santuario. No quería arriesgar su único refugio.

NJ Advance Media acordó utilizar un seudónimo y omitir otra información de identificación porque Mike teme perder el trabajo si sus empleadores se enteran de su adicción, a pesar de que el abuso de las drogas es a menudo un secreto a voces en esta industria, según los expertos.

“La industria pesquera es una de las más peligrosas de este país”, afirma Mitchel Rosen, profesor asociado del Departamento de Salud Pública Urbana y Global de la Universidad de Rutgers. También es director del Centro de Salud Pública para el Desarrollo de la Fuerza Laboral de la universidad. “Tiene altas tasas de muertes y altas tasas de lesiones, y estas incluyen cosas como lesiones musculoesqueléticas y lesiones por movimientos repetitivos, amputaciones y extremidades aplastadas”.

De hecho, la pesca es probablemente el trabajo más peligroso en Estados Unidos. La pesca y la caza son los medios de ganarse la vida con más muertes, con 117,4 muertes relacionadas con el trabajo por cada 100.000 trabajadores a tiempo completo entre 2019 y 2021, superando fácilmente a la tala, el techado y la construcción, según un análisis reciente de The Washington Post que utiliza datos del Oficina de Estadísticas Laborales de EE.UU.

“Así que existe ese vínculo entre el trabajo que hacen, las lesiones que tienen y luego obtener recetas para tratar esas lesiones… y tratar el dolor que sienten”, comenta Rosen.

No es sorprendente que la pesca también encabece la lista de muertes por sobredosis de drogas, según descubrió The Post.

“Hay mucho estrés en esa industria, tanto por el trabajo como por las largas jornadas”, dice Rosen. “Los pescadores pasan largos periodos de tiempo en los barcos. Está el estrés mental de eso”.

Pero el Atlántico ofrece la única serenidad que Mike conoce.

“El agua es como estar en casa”, comenta. “Puedo decir no a las drogas cuando estoy ahí fuera”.

Afirma que sería imposible realizar el arduo trabajo físico necesario para pescar estando drogado. Pero, ¿cómo puede un adicto a la heroína evitar la abstinencia cuando pasa días en el agua?

Es una pregunta a la que nunca respondió por completo.

Me pregunto si admite que consume mientras trabaja sería la máxima muestra de falta de respeto. Mike venera todo lo relacionado con la pesca. El océano, el barco, son sagrados para él. Quizás las únicas cosas sagradas que quedan en una vida que se siente tan empañada y tenue.

La pesca es su profesión. Su lugar seguro. Su vínculo con su abuelo.

Habla de la pesca como un artista o un deportista habla de su vocación, describiendo la libertad que experimenta sólo esos días en el mar. Es espiritual para él.

“Siempre quiero volver a salir”, dice. “Pero también quiero estar aquí”.

Mike no se puede imaginar dejar su trabajo en el océano. Ya no sabría quién es. Sería una especie de muerte para él.

¿Y en qué otro lugar podría un niño de clase trabajadora ganar 100.000 dólares al año sin un título universitario?

Mike formó parte recientemente de una tripulación que pescó miles de kilos de atún en cinco días, me cuenta, y se embolsó miles de dólares en concepto de salario. Otro viaje a principios de la primavera le reportó 12.000 dólares por sólo unos pocos días de trabajo, afirma.

Pero es una vida agotadora.

Mike estaba en un arrastrero de 85 pies pescando a unas 120 millas mar adentro durante el viaje de primavera. Los vientos aullaban. Las olas reventaban sobre las barandillas del barco. Los hombres corrían por la cubierta, resbalándose, persiguiendo las cestas de pescado.

“En algunos momentos había granizo”, relata. “Estábamos trabajando prácticamente las veinticuatro horas del día”.

El capitán sabía que se avecinaba mal tiempo, por lo que hacía que la tripulación trabajara duro antes de que se toparan con las fauces de la tormenta. Pero esta los azotó durante 18 horas seguidas en “el peor viaje que he hecho jamás”, afirma.

Es un trabajo peligroso en el mejor de los casos. Un cable podría romperse. Un hombre podría caerse por la borda. Un barco podría hundirse.

“Todo lo que hay en el barco puede matarte”, dice.

A pesar de eso prefiere estar en el mar que en tierra.

Al volver a casa de esa brutal aventura, dice que lo primero que pensó fue en meterse en la cama. En lugar de eso, se peleó con su novia porque ella sintió que quería drogarse.

Ella tenía razón, admite.

“Yo estaba intentándolo, y ella lo sabía y trataba de detenerme

“El oceano es como estar en casa”, dice Mike. Joanne Coughlin Walsh

‘Mantenerte con vida’
Una mujer se detiene en su auto y estaciona frente a la pizzería mientras Mike y yo hablamos.

“Hola amigo”, dice, sonriendo.

Beaty, la trabajadora del centro de adicción, conoció a Mike hace unos dos años. Ella lo chequea con frecuencia, se asegura de que esté bien y le proporciona Narcan y tiras reactivas según sea necesario.

Los dos se abrazaron y se reunieron durante unos minutos, hablando de la pesca y de la nueva novia de Mike.

“Tenemos que mantenerte con vida”, dijo Beaty.

Antes de irse, le dio una bolsa de nailon azul llena de Narcan, el aerosol nasal que contrarresta los efectos de una sobredosis de opioides, junto con tiras reactivas de fentanilo y xilazina.

Su grupo acababa de recibir las codiciadas tiras de xilazina al tiempo en que el tranquilizante para caballos continúa esparciéndose en las comunidades de Nueva Jersey. El sedante se mezcla con lotes de heroína, metanfetamina y otras drogas ilegales para prolongar el efecto, pero con un efecto devastador. Tranq no solo causa llagas y úlceras supurantes, sino que también resiste los tratamientos estándar para revertir las sobredosis de opioides como Narcan.

Mike se preocupa por el fentanilo. Le preocupa que el tranquilizante se meta en los suministros de heroína.

Nunca ha sufrido una sobredosis, señala.

“Da miedo”, dice. “Primero hago una pequeña cantidad. Probablemente sea la razón por la que sigo vivo. Siempre lo pruebo primero. Si no tienes una tira reactiva para la prueba, entonces usas una pequeña cantidad”.

Había estado con Beaty esa tarde, siguiéndola a ella y a otros voluntarios mientras recorrían un vecindario cercano de la costa de Nueva Jersey conocido como un punto crítico de sobredosis. La mayoría de los trabajadores comunitarios eran adictos en recuperación o tenían familiares con algún problema. Querían retribuir la ayuda.

Trabajan para mantener con vida a los usuarios hasta que estén listos para recibir tratamiento y para combatir el estigma de la adicción, impulsando más estrategias de reducción de daños.

Con ese fin, el número de centros de reducción de daños aprobados en el estado se ha duplicado desde julio a 14, según el Departamento de Salud. En 2021, el último año con datos disponibles, Nueva Jersey registró 87,745 admisiones a tratamiento, el 45 % debido a la heroína y otros opioides.

Si bien las sobredosis mortales están en camino de disminuir por segundo año consecutivo, siguen estando muy por encima de las cifras históricas en el estado mientras la epidemia de opioides continúa haciendo estragos.

Mike, mientras tanto, se arrepiente mucho. Entre ellos, desearía haber visto a un médico hace años. Tal vez si hubiera afrontado su ansiedad no habría necesitado disimularla ni automedicarse. Quizás tendría una vida normal.

“Probablemente podría haber resuelto este problema con una simple visita al médico y (un) antidepresivo (o) ansiolítico o algo así”, dice. “Pero básicamente consumí drogas duras… lo que me dejó con este grave problema de adicción”.

“Porque no buscaba adicción”, añade.

Mike sólo quería sentirse mejor.

Parece que llegamos a un gran avance en nuestra conversación cuando Mike menciona a un familiar cercano que también depende de la heroína. Sus problemas parecen inexorablemente ligados al familiar. Mike no pasó mucho tiempo con él cuando era niño, lo que parecía sólo alimentar su curiosidad.

“Hubo ocasiones en que lo vi, pero era un drogadicto, así que nunca sabías lo que estaba haciendo”, dice.

Pero había un atractivo, un misterio para él. Y desde lejos, el hombre parecía, bueno, tranquilo.

“Siempre quise estar con él”, dice.

Mike llegó a conocer al pariente a medida que crecía.

“No todo fue lo que resultó ser”, dice. “No fue tan genial como pensaba”.

Mike se enoja. Resentido, incluso. El pariente es “mucho peor que yo”, afirma. Al hombre sólo le importa su próxima dosis.

“Si lo escucho, me arrastrará…”, dice. “No tendría nada si lo escuchara”.

Pero Mike lo ve a menudo, de todos modos, admite.

Mientras tanto, sigue intentando dejar su hábito. Nunca ha estado en rehabilitación, pero ha sufrido la enfermedad de abstinencia en numerosas ocasiones, solo y en la cárcel, comenta.

Se mantiene limpio durante un mes. Incluso tres meses.

Pero siempre vuelve a la heroína.

“Simplemente apesta porque cuando superas la enfermedad, vuelvo a hacerlo de todos modos”, confiesa.

“Es simplemente una batalla constante”, añade.

El sentirse vacío consumió a Mike durante la primavera y el verano, y comenzó a sufrir ataques de pánico.

Es lo suficientemente joven para liberarse de esta vida. Lo suficientemente joven para empezar de nuevo. Pero esa posibilidad todavía parece etérea, incluso durante sus períodos de sobriedad que tanto le cuesta tener.

Mientras continúa nuestra conversación, nos retiramos al interior de la pizzería y nos sentamos en una mesa del fondo. A estas alturas, el discurso de Mike se ha vuelto aún más confuso. Vuelve a su tema favorito, la trampilla de escape de su alma:

La pesca.

“Sólo sé que necesito ir a pescar”, dice.

“Me mantiene fuera de problemas”.

¿Necesitas ayuda? Llame a ReachNJ, la línea de ayuda para adicciones de Nueva Jersey, disponible las 24 horas, los 7 días de la semana, al 1-844-732-2465. Cada llamada a ReachNJ es respondida por una persona en los primeros 30 segundos.

 

Esta traducción fue proporcionada por Reporte Hispano, en asociación con el Centro de Medios Cooperativos de la Universidad Estatal de Montclair, y cuenta con el apoyo financiero del Consorcio de Información Cívica de NJ. La historia fue escrita originalmente en inglés por NJ Advance Media para NJ.com y se vuelve a publicar en virtud de un acuerdo especial para compartir contenido a través del Servicio de noticias de traducción al español de NJ News Commons.

 

Mike ha sufrido la enfermedad de abstinencia en numerosas ocasiones. Se mantiene limpio durante un mes. Incluso tres meses. Pero siempre vuelve a la heroína. Joanne Coughlin Walsh